Febrero 2023

Hola familias. ¿Qué tal?

Al comienzo del día empezamos con ritmos y movimientos. En ritmos estuvimos

conociendo y aprendiendo los cantos de Marzas que dan la bienvenida al mes de
marzo, conmemorando así la llegada de la primavera y el florecimiento de las futuras
cosechas. Introdujimos además nuevos instrumentos como el kazoo o mirlitón, tan
presente en algunos carnavales. De esta forma tuvimos la oportunidad de conocer
las composiciones musicales carnavaleras como las murgas (Santoña) o las
chirigotas y comparsas (Cádiz).

En movimientos comenzamos las mañana llenos de energía por lo que realizamos juegos de calle como el escondite “pilla-pilla” que tanto les gusta o a “polis y cacos”, practicamos a saltar a la comba o jugamos al juego de la sardina escondiéndose en sitios imposibles. Dado el interés que muestran por algunas armas, introdujimos la idea de un juego nuevo con toques medievales llamado Jugger, en el cual tendrán que fabricar sus propias armas. Es un deporte de equipo que combina elementos de rugby y esgrima. Se basa en la habilidad y la estrategia, no en la fuerza de los jugadores.

Nuestros retos de este mes:

  • Ciencias: nuestro circuito de canicas fue evolucionando y si bien estábamos acabando algunos decidieron recomenzar sus proyectos una vez habían practicado y aprendiendo mejor como funciona para cumplir con los objetivos que ellos mismos pusieron.
  • Inglés: jugamos juegos de mesa ampliando el vocabulario, hemos elegido un libro en inglés para investigar y traducir expresiones desconocidas, seguimos trabajando en las presentaciones personales con temas de motos, efectos de drogas, enfermedades mentales etc.
  • Historia: hablamos sobre la vida en la Hispania romana, conocimos curiosidades sobre la etapa vikinga y la mitología nórdica.
  • Matemáticas: practicamos más fracciones de diferentes formas para poder adaptarlo a todas las personas, videos explicativos o el uso de la pizarra, uso de matemáticas ABN, al uso de la tecnología con juegos de Kahoot y un Bingo, entre otros recursos..
  • Geografía: el grupo verde ubicó diferentes países y sus capitales en el mapa político de África; también situamos distintos ríos, lagos y montañas sobre el mapa físico de África.
  • Comunicación: grupo azul retos de ortografía, gramática, rimas de poesía, juegos de agilidad mental y comunicación Slapzi y Palabrea. El grupo verde ha practicado la lectura comprensiva con un fragmento de “La historia interminable”. Hicimos retos sobre sinónimos, antónimos, neologismos, arcaismos y extranjerismos para mejorar nuestra comunicación. Tuvimos una sesión de introducción a la lengua de signos con ambos grupos.
  • Pista: hemos hablado sobre planificar las sesiones de deporte después de las vacaciones, para poder dar más experiencias distintas de una variedad de deportes. Tuvimos dos sesiones de volleyball. También hemos aprovechado para hacer una sesión de primeros auxilios; dada la importancia que creemos que tiene y el interés que han mostrado, habrá más sesiones. Con el grupo morado se hicieron juegos de estrategia.
  • Filosofía: con el grupo azul conocimos la biografía de Mahatma Gandhi y con el grupo verde tratamos cuestiones sobre la convivencia respetuosa.
  • Tinkering: los más manuales ya campan a sus anchas, con sus proyectos, experimentos de exploración de materiales y formas de trabajar. Algunos ya han decidido pasar a la acción más directa construyendo una mesa de luz para la escuela y ha surgido un interesante proyecto de rehabilitar una vieja bici y ponerle un pequeño motor de gasolina.

Acompañamos al grupo morado desde el juego simbólico y libre, con espacios para la práctica de la lectoescritura, el cálculo y la lengua de signos. Combinando también algunas actividades conjuntas con el resto de grupos como asambleas y proyecciones.

Proyectos: hemos tenido algunos más creativos relacionados con las artes plásticas y las manualidades; hay quienes exploran programas como Pivot, para crear animaciones o Code, que les acerca de una manera didáctica a la programación; hay un proyecto en marcha para instalar un motor a una bicicleta; 

Luna nos presentó su proyecto sobre Jessica Watson, pue dio la vuelta al mundo en velero con 16 años; Jimena nos mostró la evolución de los actores y actrices que dieron vida a los personajes de la saga Harry Potter y Leo mostró su trabajo de animación desarrollado con el programa informático Pivot.

¿Qué pasó en los talleres?

  • Teatro: han realizado dinámicas y juegos para trabajar sobre todo la confianza y la cooperación en grupo. Dinámicas a través de diferentes estilos musicales, imitando bailes y gestos de los compañeros, juegos de estatuas o juegos con los ojos cerrados para dejarse guiar por otro compañero. Han ideado pequeñas obras de teatro que luego han representado, lectura de poesía y de pequeña obra teatral para incentivar. Poco a poco van inventado entre ellos sus propios juegos.

¡Muchas gracias Nuria!

¡Muchas gracias Nuria!

  • Cocina: con Susana hemos preparado varias recetas en grupos distintos: lasaña carbonara, ‘mug cake’ en dos minutos,  hamburguesas de garbanzos y yogur casero con compota de manzana crunchy. ¡Todo riquísimo! 

Muchísimas gracias.

¿Y qué hicimos los viernes?:

  • Excursión a la nieve en el alto del Caracol.
  • Parte de la ruta desde el barrio de la Cantolla de Mirones hasta la meseta de las Esguinzas.
  • Salida a Santander en la que visitamos la obra ‘Visión Expandida’ del artista mexicano Damián Ortega en el Centro Botín, que abarca distintas visiones del mundo perfiladas desde la tecnología, la geología, la arquitectura y la literatura.

Para finalizar seguiremos indagando en nuestro patrón de
acompañamiento más predominante. Es este caso profundizaremos de la
mano de Jordi Mateu el acompañamiento protector.


El acompañamiento protector En este tipo de relación el adulto desea ante todo proteger al niño de cualquier peligro. Para conseguir eso, al principio de la crianza suele estar muy próximo al pequeño y controla cualquier movimiento de este. No le deja que toque la mayoría de cosas, que se ponga piedras o palos en la boca, o que pruebe alimentos. El adulto protector desearía estar siempre al lado del pequeño para evitarle cualquier sufrimiento. Piensa que el dolor y la frustración son malos, pueden dañar la autoestima, y por tanto hay que evitar que el niño fracase, llore, o se frustre. Cuando el pequeño llora, suele pedirle que deje de hacerlo, negando incluso la vivencia que ha tenido: No llores, no llores, que no ha sido nada; o bien conduciendo la atención del niño hacia otro lugar: ¡Mira qué avión va por el cielo! Cualquier cosa antes que convivir con el dolor del otro. En la actividad física del niño, acostumbra a prohibirle o avisarle constantemente sobre lo peligroso que puede ser su acción, sobre todo con expresiones que no aportan ningún tipo de información descriptiva sobre el supuesto peligro:
¡Cuidado! o bien ¡Bájate de ahí que te vas a caer! El adulto protector vive una especie de paranoia ante la actividad motriz del niño: por una parte no desea que el pequeño se haga mal, lo que le lleva a querer
prohibir la mayoría de acciones que el niño desea probar; por otra, no desea que se frustre por no ser capaz de conseguir su objetivo. Para conciliar estas dos intenciones, el adulto acostumbra a ayudar al niño a hacer la acción hasta tal punto que a menudo el pequeño es poco más que un observador de sí mismo: el padre alza al pequeño hasta la parte superior del tobogán, lo desliza con sus manos por la rampa, y finalmente lo recoge al llegar al suelo y le limpia los pantalones porqué se le han
llenado de polvo. A veces en los cursos de educación viva alguna persona se sorprende cuando comento que en general en la escuela no ayudamos a los niños en su actividad motriz cuando no pueden hacerlo por sí mismos. Los niños se balancean en el columpio solos, trepan por las cuerdas de escalada solos, o se suben a la escalera vertical de la sala de psicomotricidad solos. Y si algún pequeño no puede hacerlo por sí mismo y nos pide ayuda, valoramos, como siempre, cuál puede ser la intervención adecuada para ese niño, pero en principio la idea de referencia es que si el cuerpo no está preparado para realizar esa acción, mejor que no la haga. Y si eso genera frustración en el niño, acompañamos ese momento. Esta respuesta sorprende a algunas personas, que no entienden por qué no habría que ayudar al niño si él
lo pide y además el adulto desea hacerlo. Pero ¿Qué es ayudar? ¿Ayudar significa reducir la complejidad de una acción para que el otro lo consiga? ¿Ayudar significa que el otro lo pase bien o no se frustre? ¿Es ese el objetivo final del acompañamiento? Para nosotros la frustración es una oportunidad para que el niño se vaya fortaleciendo. De hecho, si uno no aprende a convivir con la frustración, difícilmente va a poder vivir en paz y alegría a lo largo de su vida, porque en general la vida pocas veces trae lo que uno desea, aunque normalmente sí lo que necesita para crecer. Mi experiencia es que los niños a quienes de pequeños no se les ha permitido convivir con la frustración, en general habitan en la queja y el victimismo, propio de aquellos a quienes les han robado el paraíso, aquellos que han perdido
algo que pensaban que tenían. Cuando a los niños desde bien pequeños se les permite convivir con el hecho de no ser capaces de realizar algo que desean, momentáneamente esto les molesta y se enfadan, como no puede ser de otro modo en un organismo sano, pero si se les acompaña con gravedad y al mismo tiempo con empatía, si el niño está bien cuidado, transitan la frustración y aprenden a convivir con ella y a comprender, poco a poco, que aunque la vida no siempre nos trae lo que deseamos, eso no es el fin del mundo, uno no es un miserable, y a pesar del disgusto podemos pronto recuperar la conexión con la alegría interna.
Los niños aprenden también a buscar alternativas para llevar a cabo su deseo. Si no puedo columpiarme sólo, porque no puedo subirme al columpio todavía, me balanceo sobre el estómago, y así ya recibo
suficientemente el placer sensoriomotriz del movimiento. Y no necesito hacer justo lo que hace el otro para sentir ese placer. Y si no puedo trepar en la cuerda de escalada más elevada, pues lo hago en la más
bajita. Y si no llego hasta la escalera vertical, apilo cojines para aproximarme. De nuevo, la idea de referencia de no ayudar a los niños en sus acciones motrices no es una ideología inamovible. En ciertas
ocasiones sí ayudamos a algún niño, ya sea porque su autoestima está muy dañada y creemos que un exceso de frustración es perjudicial en ese instante, ya sea porque en realidad lo que prima en ese momento es la vinculación con el educador. En esas ocasiones solemos preguntar qué tipo de ayuda necesita el niño, y si es necesario le permitimos que utilice nuestro cuerpo para trepar, bajar, o acercarse a su objetivo, es decir, no le realizamos por completo la acción, a menos que lo que
necesite el pequeño sea un abrazo de pulpo y mucho cariño. A veces mi hija Ayla me pide que le ayude a ponerse los zapatos o a vestirse por la mañana. Con casi cinco años, ella ya es capaz de hacerlo por sí misma.
Su demanda, en realidad, no proviene de su falta de esfuerzo, sino de un deseo de vinculación en ese instante tan precioso de las mañanas, ese instante de cambio y de preparación para dejar la seguridad del hogar y adentrarse en el complejo mundo de las relaciones con otros niños en la escuela. Es un momento en que ella desea sentirse cuidada, amada, protegida. Es un momento, pues, para darle eso que necesita, y acompañarla con paciencia y ternura a elegir su ropa, ayudarla a ponérsela, y preparar sus cosas. Pero a lo largo del día, fuera de estos momentos en que ella necesita la vinculación, cada uno hace sus cosas por
sí mismo. Y uno se sorprende de la cantidad de cosas que los niños pueden hacer por sí mismos y del empeño que ponen para superarse. El pequeño Inuc transporta su bici por la escalera, la levanta con todo su esfuerzo y la va bajando peldaño a peldaño. Y cuando algún vecino bienintencionado quiere ayudarle, él se enfada y protesta con energía ante semejante intrusión. Es curioso la cantidad de cosas que los adultos bienintencionados hacemos a los niños que no se nos ocurriría hacer a alguna otra persona. ¿Os imagináis tocarle cariñosamente la cabeza a un adulto desconocido, como solemos hacer a los niños cuando los encontramos por la calle? Recuerdo que esto a Alex le molestaba mucho, y solía pedir que no le tocaran. Lo cierto es que a mí esto me resultaba fácil de comprender, pues me acordaba de la vergüenza que yo sentía de pequeño cuando mi madre me bajaba los pantalones y le enseñaba mi culo a alguna vecina para mostrarle, por contraste con el resto del cuerpo, cuánto me había tocado el sol ese verano, en una especie de extraño orgullo familiar sobre la piel morena, difícil de comprender para un niño de ocho años. La alimentación de los pequeños acostumbra a ser un área en que aparece con mayor claridad el acompañamiento protector. A los niños pequeños se les acostumbra a sentar en tronas, ligados, y se les da de comer cucharada a cucharada hasta que acaban el plato. Es una imagen bastante impactante. Pero como yo hacía lo mismo con mi hijo mayor, siento empatía por las personas que hacen esto. Con mis otros hijos he podido comprobar cómo todos ellos se han alimentado por sí mismos desde bien pequeños. Desde el final de los seis meses, cuando ya empezamos a introducir los alimentos sólidos como complemento a la lactancia, todos ellos se han alimentado por sí mismos. En casa comemos en una mesa bajita, los adultos sentados en el suelo sobre un cojín, nuestros hijos en su sillita.
De esta manera los pequeños, al igual que los adultos, pueden levantarse de la silla cuando lo necesitan, y de más pequeñitos pueden comer de pie si lo desean. Saïm, que todavía no camina, se sienta en nuestra falda o en un taburete conmigo o su madre detrás que le ayudamos a sostenerse, y tiene delante un plato o una madera de cocina sobre la que ponemos su alimento. Y él come sólo, con sus manos. Bueno, si se trata de sopa o crema, con una cucharita de madera. No podemos decir que tenga unas maneras muy victorianas todavía, pero está en ello. En el tema de la alimentación hay incluso más métodos que en la pedagogía. Hay quien promueve empezar con verduras, otros con pescado,
otros con frutas, es para volverse loco. Nosotros nos hemos dejado guiar sobre todo por la observación. Introducimos los alimentos por separado, para comprobar la reacción que causa en el organismo del pequeño. Así, hemos observado por ejemplo que para Ayla le iban mejor unos alimentos que otros, o que Saïm necesitaba menos mezclas e ir más despacio con todo ello. Desde luego, la lactancia materna siempre ha estado presente para los tres al menos hasta los veinte meses. La realidad es que los tres pequeños han comido así desde siempre, y los dos mayores, Ayla y Inuc, se mantienen ya en la silla y utilizan cubiertos como cualquier otro niño. Comen lo que desean, lo que necesitan, y comen todo tipo de alimentos. El momento de la comida es un momento sin ningún tipo de tensión, un momento familiar precioso para todos, bueno, menos para mi hijo adolescente, que anhela el momento de ir a casa de su madre o sus abuelos para poder comer sentado en una silla alta y una mesa como cualquier otra familia normal. Los adultos protectores suelen ser también personas que tienen todo tipo de aparatos para la crianza: un tubo sacamocos para cuando el pequeño se resfría, un humedecedor para que el aire en casa no sea tan seco, y desde luego un cochecito infantil, donde el niño viaja la mayoría de veces, hasta los cinco o seis años, bien ligado y arropado, en una imagen que a menudo me recuerda la de un astronauta con su traje térmico, encajado en su estrecha cápsula espacial. Al acompañante protector le gusta dar muchas explicaciones a los niños, aparentemente con la intención de ser respetuoso, pero la mayoría de veces motivado por el deseo inconsciente de que el niño no se enfade, entristezca o le deje de querer. Igualmente, a menudo al adulto le cuesta poner límites porque no desea lastimar al niño. Sabe que todo límite genera, al menos momentáneamente, una emoción de rabia o tristeza, emociones que
considera negativas, y desea evitar que sus hijos pasen por esa experiencia. Así que cuando el pequeño empieza a enfadarse o entristecerse, el adulto suele permitir al niño su deseo, o bien negocia
con él para salir de esa situación. A las personas protectoras les gusta anticipar al niño lo que pasará o harán durante la jornada, porque piensan que así el pequeño se sentirá más seguro. Suelen tener también
muchas normas, todo tiene una manera de hacerse, y desean que el día a día se organice en rutinas muy fijas, de nuevo, argumentan, para dar seguridad al niño. A veces el acompañamiento protector genera un tipo de vínculo excesivamente fusionado. En mi experiencia, así como el vínculo ausente es más común con los padres, el vínculo fusionado se da más frecuentemente con las madres. Por otra parte no es extraño, porque con la madre suele haber una intensidad en el vínculo que no es tan frecuente con el padre. Los niños crecen en el vientre de la madre durante nueve meses, nacen a través de ella, se alimentan, dependen y se vinculan profundamente con ella. La relación es tan intensa que, en
comparación, cualquier otro tipo de vínculo puede ser secundario. La madre se siente entregada y al mismo tiempo saciada en su necesidad de vinculación profunda con otro ser. Todo ser humano tiene dos pulsiones contrapuestas: por una parte una necesidad de protección, vínculo e incluso fusión, por otra una necesidad de autonomía y dependencia. Si al pequeño le falta una de las dos o se produce un desequilibrio excesivo, su autoestima resultará dañada. Cuando la madre no permite que el pequeño siga su pulsión de autonomía cuando lo necesita, el niño tenderá a quedarse fusionado, en una especie de paranoia irresoluble: por una parte desea fusionarse, por otra desea ser uno independiente, y se siente dividió e incluso culpable por ello. En general, cuando se da este tipo de vínculo excesivamente fusionado, los niños manifiestan muchas tensiones. Suelen mostrarse enfadados, quejosos, insaciables o tiranos, pues se les prometió el paraíso y se sienten abandonados. Si su temperamento es extrovertido, acostumbran a gritar y mandar a sus madres. Si son más bien introvertidos, suelen quedarse en la inmediatez de su madre, le impiden que hable con otras personas, y en la intimidad se muestran irritables e insaciables. Las madres, a menudo debilitadas, intentan satisfacer los deseos del niño tanto como pueden, aunque nada parece saciar suficientemente al pequeño y se sienten exigidas más y más, hasta que de repente rechazan con brusquedad al pequeño, sobrepasadas por el cansancio y la frustración que sienten. A veces este tipo de acompañamiento va ligado también a un exceso de sensibilidad en
las madres en relación a las vivencias del hijo en la escuela. Son madres que se preocupan mucho de que su hijo tenga todo lo que pueda necesitar, que no viva ninguna situación de frustración, y sobre todo
que los educadores estén a la altura. De hecho, en algún caso puede incluso haber un cierto recelo a que su hijo se sienta atraído hacia otro adulto. Cuando observamos este patrón de acompañamiento en alguna familia y su sufrimiento, solemos recomendar con tanto amor como podemos a las madres que de lo que se trata no es de decirle no al pequeño, sino de decirse sí a ellas mismas. Si el pequeño no ha podido convivir desde pequeño con el ‘no’, para poder fortalecerse no puede de repente convivir en exceso con la negación. Tiene que fortalecerse poco a poco, porque se siente como un adolescente apegado con su primer amor. A menudo el vínculo fusionado con la madre suele combinarse con
un vínculo ausente con el padre, poco presente en la crianza por motivos laborales, culturales o emocionales. Nuestra intervención siempre va enfocada hacia los dos, siempre desde el respeto, sin juicio, que uno mismo sabe en sus propias carnes lo que significa equivocarse con los hijos y lo compleja que es la crianza. En nuestra escuela las madres y los padres pueden estar presentes en el espacio siempre que lo deseen, no están obligados a marchar. Así que a las madres que han tomado consciencia de un vínculo fusionado les recomendamos que no motiven al niño a participar de las actividades con otros niños, pero que tampoco le entretengan. Le pedimos a la madre que traiga un libro que le interese y
se ponga a leer cercana a algún lugar donde haya otros niños en actividad autónoma, como el arenero, la cama elástica o la zona de las cabañas. Cuando se cansa de ello, le pedimos a la madre que vaya a otro lugar y le ofrezca al niño la posibilidad de quedarse allí o ir con ella.
Es importante que el niño sienta que la madre no le hecha de su lado, que está en calma si el niño la sigue. Evidentemente esto no es un método rígido, puede haber muchas interacciones y muchos recovecos en el tránsito, pero la idea es que la madre da permiso al niño para que se quede a su lado, pero se dedica la mayor parte del tiempo a una actividad propia. Poco a poco, el niño, aburrido, va mirando hacia otras posibles novias, porque esa es también su naturaleza. Poco a poco el pequeño va separándose de la madre para participar en actividades sólo o con otros niños. Y recomendamos también que en casa los padres jueguen un rato con el pequeño, pero no estén a su servicio. Cuando tengan que hacer cosas propias, que lo hagan, y si el pequeño lo necesita, puede estar con ellos, en la cocina, en el lavadero, en la habitación, ayudando con alguna tarea del adulto. Igualmente, recomendamos a la pareja que miren profundamente cómo están como pareja, y reconozcan si han situado al pequeño en medio de los dos. Si es así, ese lugar no es sano para nadie, especialmente para el hijo. El pequeño está bien cuando la pareja está bien, no cuando es mirado en exceso. El adulto protector en general suele sentir en la vida una cierta inseguridad en sí mismo que le lleva a querer controlarlo todo, tener muchas normas y primar la seguridad a la autonomía. A menudo cuando se da un vínculo fusionado con la madre, esto suele ser la consecuencia de que la madre no acaba de sostenerse en ella misma o en sus iguales,
y necesita del vínculo con su hijo para sentirse validada, amada, o necesitada. Existe, sin embargo, un perfil de acompañante protector que se moviliza sobre todo desde el orgullo, desde la sensación superficial de sentirse muy bueno, desde el deseo de querer hacerse imprescindible para los demás. Suelen ser personas cuya función en la vida es salvar a los demás, especialmente a los que consideran más débiles, los niños. Si se trata de maestros, suelen mirar con menosprecio a las familias que descuidan o tratan con poca sensibilidad a sus hijos. Muy a menudo son personas que no tienen hijos, a veces también brillantes en ciertas habilidades. Para ellas el camino del cambio es más exigente, porque la
careta del ganador suele estar pegada con más fuerza que la del inseguro.
En la educación supuestamente respetuosa abunda un tipo de acompañamiento que considera que lo correcto es hablar siempre suave a los niños, desde su altura, y sin imponer nada. Un acompañamiento que considera que la agresividad, la competitividad o la estructuración, por citar algunos ejemplos, han de ser sustituidos por la ternura, la cooperación y la igualdad. Suele ser un movimiento que nace como
reacción a la cultura patriarcal, jerárquica y opresora de la sociedad hegemónica. Cuando esto ocurre, volvemos a caer en un método pedagógico que parte más de las proyecciones y carencias de los adultos
que de las necesidades de los niños.
¿Por qué la agresividad o la competitividad han de ser malas? ¿Cómo puede ser malo nada que forme parte de la dotación de la naturaleza?
En todo caso, será más o menos adecuada en algún momento. En nuestra escuela no dejamos que los niños se peguen. Lo cierto es que el nivel de conflictos físicos es casi nulo, pero si en algún momento algún pequeño le pega a otro niño por alguna razón y no lo podemos evitar, si es adecuado en ese instante o después, podemos recordar que en la escuela no pegamos, pero no decimos que pegar sea malo, porque eso no lo creemos. De hecho, como expondremos más adelante, en casos de celos con hermanos, a menudo es necesario crear un relato fortalecedor que permita al niño estar en calma con sus sentimientos de rabia e incluso sus acciones agresivas, es decir, que más que rechazar y negar, de
lugar y tome también esa parte de la naturaleza humana.

VALORES Y CREENCIAS DEL ADULTO NECESIDADES DEL ADULTO POSIBLES CONSECUENCIAS SOBRE LA PERSONALIDAD DEL NIÑO.

El mundo es peligroso. El niño es un ser incapaz y débil, pobrecito. El dolor y la frustración son malos y hay que evitarlos. Es mejor pájaro en mano…
Educar es proteger, ayudar, Frase resumen:¡Cuidado! A mi lado Sentirse necesario. No fracasar de nuevo, no ser mal educador. Tener un compañero sobre quien sostenerse.

Debilitamiento y miedo Necesidad de control y anticipación Desconfianza en sí mismo y los demás Exceso de fusión.

Febrero en Mirones 2023

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